Elecciones en España: fragmentación política y nueva etapa10 min read

9 Maggio 2016 Uncategorized -

Elecciones en España: fragmentación política y nueva etapa10 min read

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Elecciones de junio en españa

(de Julia Navarro y Marta Mateos Revuelta)

Tras las elecciones generales españolas del 20 de diciembre de 2015 y de varios meses de negociaciones sin que se haya logrado una alianza con suficiente mayoría para formar gobierno, se ha anunciado la disolución de las cortes y la convocatoria de nuevas elecciones para el 26 de junio. Los resultados del 20D muestran la mayor fragmentación del Congreso en la historia de la democracia española. Esta fragmentación se debe principalmente al descenso del PP y del PSOE y al auge de dos “nuevos” partidos: Ciudadanos y Podemos.

Resultados Electorales del 20 de diciembre

Los resultados de las elecciones generales del 20 diciembre dieron la victoria al PP (Partido Popular), con 123 diputados. El PSOE (Partido Socialista Obrero Español), en segundo lugar, obtuvo 90 escaños. Podemos, junto a sus diferentes marcas en Cataluña, Comunidad Valenciana y Galicia, sumaron 69, y por último Ciudadanos, a pesar de las expectativas, tan solo logró 40 diputados. Estos resultados están definidos por la actual ley electoral en España o ley D’hont, que en la práctica penaliza a los partidos con menor representación en zonas rurales o más despobladas como Andalucía o Castilla y León. Así, aunque entre el PSOE y Podemos existan solo 300.000 votos de diferencia, les separan 21 escaños. Izquierda Unida (IU), igualmente perjudicada, con casi un millón de votos solo consiguió 2 diputados.

En el Senado, el PP obtuvo mayoría absoluta, lo que en la práctica imposibilitaría cualquier futura modificación constitucional. Rajoy, el actual jefe de gobierno, aunque gana las elecciones, no obtiene mayoría para gobernar, mientras que el PSOE obtiene los peores resultados de su historia. La irrupción de Podemos y Ciudadanos acaba con el reparto bipartidista, y por primera vez en cuatro décadas se hace necesaria la negociación y las alianzas para poder formar gobierno.

Nuevos y “nuevos” partidos

Ciudadanos, el partido que se presenta a sí mismo como “el partido del cambio”, no es un partido ni nuevo ni de cambio. El año pasado se cumplió su décimo aniversario, y desde el 2006 ocupa escaños en el Parlamento catalán. Es un partido sin sentido de lo público, favorable a la privatización de servicios, partidario de una política fiscal desigual que favorezca a los que más tienen, de rebajas salariales y precarización del trabajador en beneficio de la empresa. Ciudadanos consolida su expansión a nivel nacional tan solo a finales de 2014, meses después de la irrupción de la formación morada (Podemos) en el panorama político. Destacables son las ya conocidas declaraciones del presidente del Banco Sabadell, que manifestó abiertamente la necesidad de crear “un Podemos de derechas” semanas después de las elecciones europeas.

El discurso regenerador de Ciudadanos esconde un programa tremendamente reaccionario que le convierte en la opción de los grandes inversores, que buscan contener el descontento de los votantes hacia los principales partidos del establishment, especialmente afectados por escándalos de corrupción. Su presidente, Albert Rivera, que en alguna ocasión se ha definido a sí mismo como un líder de centroizquierda, es un antiguo afiliado y votante del PP en Cataluña. Además de esto, la trayectoria de Ciudadanos está cargada de episodios en los que se les ha relacionado estrechamente con partidos de la extrema derecha.

El nacimiento y el éxito de Podemos no se puede entender (ni existiría) sin tener en cuenta la crisis y la respuesta social a las medidas de austeridad que se dieron por parte de 15M, el movimiento social indignado que nació en las plazas en 2011. Podemos nace en enero de 2014 como una iniciativa ciudadana promovida por los firmantes del Manifiesto Mover ficha: convertir la indignación en cambio político. Intelectuales y activistas expresaban así la necesidad de crear una candidatura unitaria y de ruptura que concurriese a las elecciones europeas de mayo de ese año con el objetivo de presentar alternativas a las políticas de la Unión Europea y de recuperar la democracia y la soberanía popular.

Podemos fue en las elecciones europeas de mayo de 2014 la cuarta fuerza más votada. En las pasadas elecciones generales del 20 de diciembre, Podemos obtuvo un 12,69 % de los votos que, sumados a otras coaliciones electorales autonómicas, conformaron el 20,68 % , es decir, la tercera fuerza más votada. Izquierda Unida (IU), la formación con la que Podemos compartía un 90 % de su programa, lograba tan solo un millón de votos. El recelo por mantener las siglas en ambos partidos, el miedo de sectores reaccionarios en IU a ser fagocitados, y los intentos de Podemos por no identificarse con la izquierda tradicional frustraron meses antes de las elecciones cualquier tipo de confluencia entre estas dos formaciones. Aunque sus dirigentes se definen de izquierdas, Podemos aspira a superar la dicotomía izquierda-derecha. La contraposición se presenta ahora entre la “gente decente” y los que roban y saquean el país, que son los mismos que habrían impuesto políticas de austeridad destinadas a empobrecer a la población. La estrategia comunicativa de Podemos es sin duda lo que marca la diferencia frente a otros partidos considerados de izquierda.

Negociaciones fallidas y mantenimiento del statu quo

Ante la fragmentación de los votos y la falta de mayoría para gobernar, los líderes de los partidos a los que votaron los ciudadanos el 20D no han sido capaces de desbloquear la situación para hacer posible un nuevo gobierno.

El único acuerdo al que se ha llegado, el del PSOE y Ciudadanos con el objetivo de investir a Pedro Sánchez (líder del PSOE), no ha contado con los votos suficientes en el Congreso para poder hacerse efectivo. El intento de investidura se basaba en un programa conservador que recogía hasta en un ochenta por ciento el programa de Ciudadanos, dejando de lado las medidas más progresistas del partido socialista. Entre ambos sumaban 130 escaños, número insuficiente para la formación del gobierno. El PP, convencido de haber ganado las elecciones a pesar de haber perdido 63 escaños, negó su apoyo al pacto. Por su parte, Podemos mostró su oposición, entre otras cuestiones por la no derogación de la ley mordaza, la no derogación de la reforma laboral, o la no derogación del artículo 135 (el artículo de la Constitución Española que después de la modificación pactada por el PSOE y el PP prevé el pago de la deuda pública como prioridad absoluta sobre cualquier otro campo presupuestario).

La irrupción de las fuerzas del cambio en el Parlamento no ha sido aceptada por el resto de fuerzas políticas. La propia actuación del PSOE durante las negociaciones, cerrándose a cualquier acuerdo con la formación morada, revela una fase de negación que no ha sido superada. El fracaso de las negociaciones y el rechazo hacia un gobierno a la valenciana (como se ha denominado a un hipotético pacto PSOE-PODEMOS) entra en la lógica de la lucha por la supervivencia de las élites, de la que la cúpula socialista forma ya parte.

La traición a la izquierda que muchos vemos materializada en el acuerdo de Sánchez (líder PSOE) con la derecha cool española (Ciudadanos), no es más que una consecuencia de la renuncia a los ideales del partido socialista cuarenta años antes. El fracaso de las negociaciones con las fuerzas del cambio se debe en definitiva a obligaciones de una oligarquía socialista que no tiene interés en escuchar el mandato ciudadano. El PSOE ha repetido en varias ocasiones que la imposibilidad del pacto con la formación morada se debe a lo intolerable de un referéndum sobre el futuro de Cataluña. Seamos claros: el rechazo a un gobierno con las fuerzas del cambio nada tiene que ver con la consulta. El referéndum estaba contemplado años atrás en el programa del PSC (Partido de los Socialistas de Cataluña), homólogo del PSOE en Cataluña y con quien siempre se ha presentado conjuntamente a los comicios.

Los verdaderos escollos, tal y como han reconocido fuentes del partido, fueron los planteamientos económicos de Podemos y su entrada en el gobierno. Y es que las propuestas de la formación morada, aún con una innegable moderación en los últimos meses, suponen un desafío frontal a las actuales políticas de austeridad, aspiran a repensar el modelo de redistribución de la riqueza y a implantar una nueva fiscalidad que, en mayor o menor medida, afecta directamente a esa oligarquía de la que la cúpula socialista forma parte desde hace cuarenta años, y que se nutre de la pervivencia del régimen nacido tras la transición. La prueba del rechazo por parte del PSOE a medidas de carácter social y de cambio, es el pacto firmado con Ciudadanos, donde contemplan medidas tan insuficientes como una subida del salario mínimo de menos del 1% o la no derogación de la reforma laboral del PP.

Junto a los intereses económicos que puedan verse afectados de manera concreta por posibles medidas lideradas por Podemos, existe una preocupación real por la entrada del nuevo partido en el gobierno. En primer lugar porque supondría la materialización de la descomposición definitiva del régimen de la Transición. Y en segundo lugar, y sobre todo, porque la entrada en el gobierno de un partido no controlado por la oligarquía de siempre (recordemos que incluso su financiación no proviene de los bancos) rompería desde el primer día con la red de lealtades y favores tejida durante cuarenta años entre la burguesía política y los poderes económicos y financieros. Solo dos factores han alejado al PSOE de la Gran Coalición que el resto de homólogos europeos han reproducido: el fantasma de la pasokización y la posibilidad de pactar con Ciudadanos, que ha permitido a Sánchez permanecer fiel a quienes se debe, y vender “cambio” a quienes le votan. Esta vía intermedia no ha convencido. En esta difícil coyuntura Sánchez se ha convencido de que los 6.000.000 de votos (Podemos, confluencias e IU) son un mal sueño que puede ser solucionado con una nueva oportunidad: el 26J.

La ruptura del bipartidismo y la crisis de los partidos

La vuelta a las urnas es un síntoma de la incredulidad que está atravesando una parte importante de la élite política española, que trata de ignorar lo sucedido y buscar una segunda oportunidad que permita mantener en pie un edificio que ya se tambalea, y del que el PSOE es un pilar fundamental: el régimen del 78, la forma política postfranquista, cuyas bases son la monarquía, el bipartidismo y la continuación del desarrollo capitalista bajo el control de una estrecha oligarquía.

Pase lo que pase el 26J, es innegable que el 20D no ha supuesto una cita electoral más, sino un punto de inflexión en la historia de la construcción democrática en España desde el fin de la dictadura, donde la ruptura del bipartidismo obliga a los principales partidos políticos a negociar pactos con otras fuerzas para poder formar gobierno. El hecho de que nos hayamos visto finalmente abocados a unas nuevas elecciones confirma el terremoto que supusieron los resultados del 20D para el escenario político español.

La crisis de legitimidad de los partidos que los indignados pusieron de manifiesto en las plazas en 2011 ha alcanzado su máxima expresión. La indignación ciudadana se ha cristalizado en una vigilancia y una crítica férreas a las instituciones, y esto incluye a los nuevos partidos, como Podemos. El marco de posibilidades políticas y democráticas se ha expandido con la irrupción de agentes políticos más ambiciosos, pero será la ciudadanía, cada vez más crítica y más politizada, la que deba continuar estableciendo una nueva cultura democrática, donde la participación directa ejerza un papel clave.

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